Cuando decidí estudiar Educación Física, anhelaba trabajar con niños. Ellos despiertan en mí una conexión indescriptible, por la cual siento que me transformo en un niño más. Pero aparecía continuamente la oportunidad de caminar con adolescentes.
Percibo en el adolescente un corazón muchas veces en conflicto, entre la angustia y la esperanza. Los veo parados en arenas movedizas, esperando ansiosos que les den una mano para sacarlos de allí, donde transitan inseguridades constantes por su condición de adolecer. Sin embargo, el primer problema grave es que los adultos (padres, docentes, formadores), que tenemos la responsabilidad vocacional y moral de ayudarlos, en muchas ocaciones estamos parados en las mismas arenas movedizas, donde no podemos hacer pie, pararnos en tierra firme y, por lo tanto, se nos hace imposible auxiliarlos para sacarlos de esas inseguridades.
La Fe, la Familia y la actividad física aparecen como herramientas tangibles, concretas, que se presentan en sus vidas como amigos que los ayudan a transitar esta etapa que pasará, y no será indiferente para el resto de sus vidas.
Los invito a meternos en el apasionante mundo de ellos, con la intención de dejar plasmado, aunque sea en una pequeña cuota, el verdadero tesoro que los adolescentes pueden regalarle al mundo.